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- Pintura enojada
Lia D Castro, Manuel Solano, Simón Sepúlveda, Pérez y Requena, Ángel Cammen,
Sofía Bassi, Aureliano Alvarado Faesler, Abraham González Pacheco
Con la locomotora se fue todo al traste. William Turner (1775-1851) fascinado por el vapor y el humo de las máquinas se enfrentaba a una atmósfera que la pintura de academia, tal y como él la había aprendido, no podía representar. Esto, junto con la fotografía, llevaron a la pintura al difícil abismo de la irrelevancia. ¿Dónde estamos si ya no representamos? Pues en un lugar extraño, en el que el gesto pasa a ser determinante y queda retenido como una acción fósil, un lugar a la vez siniestro y confortable, engañoso y cierto. Turner pasó de su mar bravío a las atmósferas evanescentes de tal modo que la Historia del Arte (seguro hubo muchos otros) nos lo presenta como el artista premoderno, esa extraña selección de hombres y nombres sueltos, que parecen pulsar el botón tras el que no hay vuelta atrás. Tras él, los impresionistas, los post, los fauvistas y los cubistas, todos hijos de una burguesía de la que quieren escapar una y otra vez para dinamitar sus imágenes confortables, su narración lineal del tiempo. Acompañando el poster de esta exposición aparece un fragmento de una obra de Luis Coto (1830-1851) La colegiata de Guadalupe, el pintor de Toluca nos presenta el amable encuentro entre tradición y modernidad, una locomotora llega a los pies de la basílica casi sin humo, enmarcada por un paisaje más europeo que mexicano. Un mundo pretendidamente en orden, el mundo que le enseñaron a pintar. Hay poco humo, sólo un penacho que parece decir “no es para tanto”. Pero lo era, la velocidad, la máquina, cambió el tiempo y representarlo se volvió, aún hoy lo es, una obsesión. Tomamos el título, Pintura enojada, de una expresión de Manuel Solano me salían estas pinturas enojadas porque no quería olvidar lo que había visto, nadie de quien participa en esta muestra parece querer olvidarse de nada. Todos los trabajos transitan el untuoso camino de la identidad sustentado en la memoria y aquí, gran paradoja, la pintura se vuelve más cierta que la fotografía, no quiere ser una memoria colectiva, no quiere ser interpretada, se muestra como se construye, cruda y descarnada, del recuerdo al lienzo, a la tabla, al cemento. Pérez y Requena trabajan con los dibujos de otros, que encontraron en un enjambre de prostíbulos y bares en lo que fue una infraestructura paralela al puerto de Santa Cruz de Tenerife en el cruce entre Europa y América, uno de esos lugares bastardos en los que resuena todo y nada a la vez. ¡Acabemos con la tiranía de León Battista Alberti! Gritaban los modernos, mató las posibilidades de la pintura al imponer la perspectiva, sentenciaban los prerrafaelistas y a ese lugar vuelve, no sin ironía, Abraham González Pacheco, al convento de los Agustinos de Malinalco a sus frescos que arrancan una línea del tiempo propia que se salta la modernidad, para crear la suya propia, una en la que reubicarse a salvo de esencialismos.
Porque tras el siglo XIX la pintura se debate entre encontrar lo primitivo, la existencia de una teoría perceptiva universal y la expresión radical de la individualidad. Así, Aureliano Alvarado Faesler diseña un dispositivo casi como respuesta a Luís Coto ¿Es esto pintura de paisaje? Lo es, igual que el Guernica es tan pintura de historia como los frescos de la escalera del Castillo de Chapultepec o el México postmoderno del Liverpool de Manuel Solano. Así, Aureliano nos obliga a situarnos en medio de un diorama en lo que parece una aproximación nocturna a la inconmensurable Ciudad de México, y se pregunta de nuevo por una cuestión recurrente en la pintura: cómo representar la totalidad del objeto cuando la pintura no puede someterse a otra cosa que a sí misma, recurriendo una y otra vez la historia. Es aquí donde Lia D Castro presenta una breve historia del arte, una que desubique el cuerpo, del Origen del mundo de Courbet al Étant Donnés de Duchamp. En ese sentido Juan Downey se preguntaba en su video de 1981 The Looking Glass, frente a la Venus del espejo, con qué certeza podemos asegurar que aquello que vemos no es más que lo que necesitamos creer. Porque la pintura juega en múltiples tiempos, presentando un prisma que enlaza pasado y futuro, pero con muy poco interés por el presente, tal y como hacen Simón Sepúlveda y Ángel Cammen. Ambos recurren a una idea casi cinematográfica de la pintura que hunde sus raíces en un campo de experimentación, como ocurría en la furiosa pintura barroca y en la que las escenas recogen la tensión entre lo que ha ocurrido y lo que está por acontecer, como una matrioska que debe ser abierta una y otra vez para hallar siempre un personaje distinto.
Turner, antes que humo pintó incendios, la llama que lo devora todo y hace tábula rasa. Quizá Pintura Enojada está ahí quemándolo todo para empezar de nuevo.
– Gilberto González