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- Joeun Kim ‘Aatchim’
La visión ha sido considerada históricamente el sentido humano privilegiado. Desde la implementación de la perspectiva renacentista hasta la hipervisibilidad contemporánea, parece que existe una aceptación general sobre la idea de lo visible como una especie de conocimiento fundacional —sobre su entendimiento como retrato plausible del mundo [occidental]. El fuego de la mirada derrite la percepción en aquello que se esconde tras nuestro deseo de reconocimiento; siempre hay una necesidad de comprender tras la representación. En este sentido, el discurso y la producción de imágenes comparten mecanismos familiares: ambos nos sirven para navegar nuestras realidades interiores y exteriores, para situarnos en un espacio físico, pero también emocional, con el que podamos relacionarnos. Pero no es tan sencillo. Una imagen no es sólo una imagen, al igual que las palabras no son sólo palabras. Esto se vuelve especialmente evidente cuando nos enfrentamos a composiciones de múltiples capas que parecen amenazar nuestra visualidad lineal —y con ello, nuestro sentido absoluto de la historia y la memoria.
Los dibujos de Joeun Kim Aatchim [Corea del Surl, 1989] juegan con personajes extraídos de antiguos cuentos vividos. Una combinación borrosa de recuerdos familiares e imaginarios genera escenas ambiguas en las que la idea misma de memoria es cuestionada. Estas piezas, que parecen bocetos, nos hablan de preguntas que quizá no pudieron responderse en su momento pero que están encontrando formas de cobrar sentido ahora. Algunos elementos se repiten, insistentemente, dentro de una misma obra y entre varias de ellas, haciendo visible la naturaleza continua de cualquier proceso de búsqueda. Aquí, la reminiscencia del pasado se vuelve esquiva; algo continúa faltando. La fantasía llena los vacíos de aquello que era —y sigue siendo— imposible de mantener unido. Re-enmarcar la memoria puede entenderse como una práctica política que se centra en esos pequeños detalles, a veces pasados por alto, de una experiencia concreta. Pero no se trataría únicamente de lograr enunciar la historia propia. Aunque re-significar un relato personal puede llevarnos a redefinir nuestra posición en el presente, trabajar entre su firmeza y su soltura nos da además la oportunidad de elegir aquello en lo que queremos creer, o de reconocer lo que todavía tenemos que llorar.
Old Habit Theater da nombre a una serie de obras que recogen momentos de la infancia de Kim en Corea del Sur, transformados en delicados amuletos hechos de tinta, carboncillo, seda, papel, pigmentos minerales y elementos ornamentales que parecen custodiar sus propias biografías secretas. Su trabajo recupera la tradición coreana de la pintura sobre seda, a través de una metodología que entrelaza forma y significado, técnica y narración. Alineados con su práctica de escritura, en la que el lenguaje es tratado como un material maleable en sí mismo, estos dibujos se convierten en medios para explorar esos espacios fragmentarios que la ausencia de conocimiento factual sobre una situación específica deja en nosotrxs. El concepto de borrador es central para la artista: cada dibujo contiene versiones previas de sí mismo generando, en sus propias palabras, un teatro en el que cada personaje puede ensayar una y otra vez sin reparos.
Una ligera acumulación de los trazos revela algún tipo de estructura, sólo para demostrar su fragilidad interna. El movimiento se hace presente, y las líneas se bifurcan a través de diferentes gestos de contención que parecen estar sanando una historia doméstica rota. Estas expresiones no son accidentales: algunas figuras sostienen lo que otras no pueden sostener, distribuyendo los cuidados con la intención de dejar atrás viejos remordimientos. También los roles se intercambian a lo largo de esta historia. Aquí, cada personaje, como cada capa del dibujo, comprende una multiplicidad de visiones y memorias que ahora se funden, difuminando sus bordes.
En 2016, Kim escribió:
Mi incapacidad para terminar de escribir,
mi extraordinaria capacidad para seguir escribiendo
Es la imposibilidad de alcanzar una forma terminada lo que mantiene cada obra en proceso. Y es la continuidad inherente a todo proceso lo que hace que las cosas sean siempre distintas. En este sentido, ni las imágenes ni el lenguaje pueden considerarse medios estables, aunque históricamente hayan sido considerados como contenedores de la verdad. Mas allá de cualquier paradigma visual, los poderes de la imaginación nos demuestran que la percepción, como la memoria, sólo puede rastrearse hasta cierto punto. Quizá por ello la verdad es siempre parcial, o algo que continuamos persiguiendo. Quizás por ello la escritura, o el dibujo en este caso, puede siempre convertirse en algo más.
– Lucía Millet