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  • Jose Dávila
Guadalajara, México
El primer fuego
1 feb 2020 - 30 ago 2020

El primer fuego es una exposición que replica el ecosistema matérico y relacional que se ha gestado en el estudio de Jose Dávila a lo largo de años de producción constante y continua. Aprovechando la proximidad geográfica del estudio y el espacio expositivo, la galería se ha convertido en un espacio de trabajo y opera a manera de espejo de los procesos que anteceden a la consolidación del trabajo escultórico de Dávila.

La exposición presenta los diferentes momentos que ocurren desde la selección del material en crudo hasta la concretización del objeto escultórico, resaltando la importancia de la interrelación de los objetos que es canalizada por el artista para generar sistemas estructurales de dependencia. Esta dependencia se caracteriza por el préstamo y el intercambio de propiedades entre materiales contrastantes para asegurar un cierto grado de balance y permanencia. La creación de estos circuitos híbridos refiere a una comprensión cíclica de la transformación de la materia, un vaivén entre la auto-preservación y la desintegración.

La obra central de la exposición representa un retorno a una obra temprana de Dávila exhibida en 1999 en el Museo de las Artes de Guadalajara. La recreación de esta obra consiste en una hoguera que es encendida intermitentemente dentro del espacio de la galería, rodeada por madera acumulada que espera a ser utilizada a manera de combustible. La charola de metal que funciona como plataforma para activar la hoguera, se presenta a sí misma como un espacio liminal en el cual la materia asume un proceso de transformación. El gesto mínimo de Dávila presenta al fuego como un símbolo autosuficiente que hace referencia al origen y a lo primitivo, una energía potenciadora que puede reconfigurar la realidad de las cosas y en ocasiones develar dinámicas internas de los objetos que permanecían ocultas.

A manera de preámbulo, la fogata es antecedida por un par de esculturas que funcionan como contrapesos reflejados. Una roca en crudo es sostenida con una polea desde el techo y se ve enfrentada por una manzana de bronce suspendida en el aire. Estos elementos forman parte del vocabulario escultórico recurrente en la obra de Dávila; la manzana simboliza un recordatorio reconocible de las consecuencias de la fuerza de gravedad. Estas formas compositivas son replicadas en la siguiente sala donde unos contenedores industriales de líquidos se encuentran fijados a muro. Esta secuencia de obras genera un ritmo tangible que sugiere la prevalencia de un cierto orden. Los cinchos industriales, los cables y las cadenas que Dávila utiliza para conectar un objeto con otro son formas de mediación que producen un itinerario estructural. Estas trayectorias reconfiguran la experiencia espacial del espectador pues introducen la tensión como un elemento activo que afecta el desplazamiento de los visitantes y también dialoga con la disposición arquitectónica del espacio, modificando y fracturando las dinámicas que normalmente surgirían en la galería.

La intuición de un cierto orden es interrumpida bruscamente por la acumulación caótica de materiales en crudo en una de las salas próximas. Volúmenes de concreto, rocas, losas de mármol, placas de acrílico, trozos de cantera y otros objetos de construcción ocupan la habitación casi en su totalidad. Esta instalación es un vistazo a los materiales que normalmente circulan por el estudio y a la ética de trabajo de Dávila que se caracteriza por intuir los diferentes modos de relación que pueden existir entre esta gran diversidad de objetos. El hecho de que muchos de estos materiales son utilizados comúnmente para la construcción implica la sugerencia de ciertas relaciones prácticas. Dávila no reduce las interacciones de los objetos que utiliza a este campo, sino que se inclina por una resonancia poética que pueda otorgar autonomía a los materiales. La coexistencia de estos cuerpos líticos y objetos industriales en el estudio es aquello que permite el surgimiento de estas posibles conexiones que se caracterizan por ser más orgánicas en lugar de ser forzadas desde una concepción preestablecida de lo escultórico. La circulación de estas presencias matéricas a través de los diferentes edificios que conforman el estudio culmina con una obra que muestra un librero inclinado sobre una acumulación de carbón. La relación entre ambos objetos surge como algo principalmente cromático, agregando una dimensión pictórica al objeto escultórico, pero también resalta la configuración cíclica de la exposición en su totalidad: el círculo que se desdobla sobre sí mismo hacia el infinito, variando intermitentemente entre el mundo de lo humano y la configuración original de las materias primas inalteradas.